Cuenta la leyenda que en una lejana aldea vivía un duende tan pequeño, tan pequeño, que era casi invisible. Se solía esconder en pequeños agujeros en los troncos de los árboles. Un buen día el duende salió de su guarida y, como el polen, se diseminó por todos los caminos del mundo. También cuenta la leyenda que cuando estás cansado de recorrer tu camino, cuando crees que nada puede ir peor, si cierras los ojos y te concentras, comenzarás a sentir un cosquilleo en los mofletes. Si fueras niño sabrías que “es el duende del árbol que está dibujando una sonrisa en tus labios”. Y si le dejas terminar y te lo imaginas con sus pinceles debajo de tu nariz, te llevarás una grata sorpresa cuando te mires al espejo.