
El barruguet es un duende que sólo es conocido en la isla de Ibiza y, por lo tanto, es aquí donde hace sus fechorías; excesivamente molesto, tan sólo está a gusto «chinchando» a los seres humanos. Respecto a su aspecto físico, decir que sus brazos son muy largos, desproporcionados para la estatura de enano que tiene, aunque muy fuertes, con una barba de chivo y una voz ronca y hombruna. Según las leyendas, los refugios de los barruguets solían ser las necrópolis púnicas del «Puig des Molins» y «Portal Nou», en las murallas. También se solían albergar en las norias, molinos, cuevas, oquedades, agujeros de las paredes, pozos y cisternas.
El barruguet aparece y desaparece como un relámpago y se puede transformar en figuras grotescas, así en forma de un cabritilla que, si se le tomaba en brazos, podía alargar varios metros las piernas, aumentar su peso o el tamaño de sus ojos, con lo cual el susto del que lo mecía era inusualmente terrorífico. Pero también el barruguet es ambivalente, puesto que no siempre hace diabluras, sino que, a veces, se manifiesta como un franco colaborador. Así ocurrió en Cana Pujola, donde en pocos minutos uno de ellos fue capaz de recoger la leña necesaria para cocer el pan y de guardar varios rebaños» a la vez.
Muchos campesinos, sabedores de las portentosas facultades de los barruguets, pretendían cazados y domesticados y para eso se dirigían, la noche entre el Jueves y Viernes Santo, bajo los arcos del Pont de Sa Taulera (Carretera de Sant Joan), donde había unos montoncitos de arena finísima en forma de círculos concéntricos. Clavando el dedo índice en el centro exacto, se recogía un puñado de arena que al momento se filtraba, quedando dentro de la mano una especie de mosca sin alas que hacía unas inaguantables cosquillas. Si el cazador superaba este terrible cosquilleo, ya tenía en su poder un barruguet.